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miércoles, 22 de febrero de 2012

Cuento: El rey sapo


Érase una vez un reino lejano donde vivía un rey con su hermosa hija. En verano, cuando hacía mucho calor, la joven princesa se sentaba al borde de un profundo estanque y dejaba volar su imaginación. Soñaba con tierras remotas y con las gentes que allí vivían, y a veces, cuando se cansaba de fantasear, se entretenía jugando con su pelota dorada.
Un día, la lanzó hacia arriba con tanta fuerza que, aunque estiró los brazos por encima de la cabeza para intentar cogerla, la pelota cayó al agua. El estanque era demasiado profundo para que entrara a cogerla. La princesa temía que, si se metía en el agua, no supiera salir.
Se asomó al borde del estanque y vio su preciosa pelota centellear mientras se hundía más y más. No podía hacer otra cosa que sentarse en la orilla, contemplar el agua y llorar la pérdida de su juguete preferido.
-¿Qué voy a hacer sin mi preciosa pelota dorada? -se lamentó-. ¡Que alguien me ayude, por favor!
La princesa lloró durante un buen rato, hasta que oyó una voz que le decía:
-¿Qué os ocurre, princesa?
La princesa miró hacia el estanque y vio a una rana sentada sobre una hoja de nenúfar.
-¿Desde cuando hablan las ranas? -se preguntó.
Cuando volvió a mirarla, la rana abrió la boca y dijo:
-Princesa, decidme, ¿por qué lloráis?. Si me decís que os aflige, tal vez pueda ayudaros.
La princesa nunca había visto una rana parlante, pero ocultó su sorpresa y contestó a la pequeña rana verde:
-Lloro porque mi pelota dorada ha caído en el estanque -explicó.
 
-Secad vuestras lágrimas, hermosa princesa -dijo la rana-, pues yo os devolveré vuestra pelota. Aunque primero debéis decirme qué me daréis en recompensa.
-Cualquier cosa que desees -contestó la princesa.
-Jurad que seréis mi amiga, y que me recibiréis en vuestro hogar y me dejaréis comer de vuestro plato. Jurad que nunca olvidaréis nuestra amistad -dijo la rana.
La princesa pensó: "Haría cualquier cosa con tal de recuperar mi preciosa pelota dorada, ¡pero no quiero comer con una fea rana verde, ni mucho menos ser su amiga! Seguro que este bicho olvida mi promesa en cuanto me devuelva mi pelota dorada."
-Oh, si, querida rana. Acepto lo que propones -mintió la princesa-. Seremos buenos amigos.
La rana se puso loca de contenta. Se zambulló en el agua y buscó la pelota. Estaba enterrada en el lodo, por lo que tuvo que emplearse a fondo para sacarla. Cuando al fin logró liberar la pelota, se impulsó con sus largas patas y nadó hasta la superficie.
-Aquí tenéis vuestra pelota princesa, -anunció la rana-, y dejó caer la esfera dorada a los pies de la joven.
Tan pronto como la rana soltó la pelota, la princesa la cogió y echó a correr como alma que lleva el diablo.
La pobre rana no podía seguir el ritmo.
-¡Esperad, princesa! -gritó-. ¿Qué pasa con vuestra promesa? Volved.
Aquella noche la familia real disfrutaba de su cena cuando alguien gritó:
-¡Joven princesa, dejadme entrar!
La princesa se puso muy pálida.
"¡Oh, no! ¡Esa dichosa rana no ha olvidado mi promesa!", pensó. Se excusó y fue a abrir la puerta.


La rana miró a su alrededor y dijo:
-Vaya, qué casa tan hermosa tenéis. Creo que me gustará vivir aquí -y luego olfatÉrase una vez un reino lejano donde vivía un rey con su hermosa hija. En verano, cuando hacía mucho calor, la joven princesa se sentaba al borde de un profundo estanque y dejaba volar su imaginación. Soñaba con tierras remotas y con las gentes que allí vivían, y a veces, cuando se cansaba de fantasear, se entretenía jugando con su pelota dorada.
Un día, la lanzó hacia arriba con tanta fuerza que, aunque estiró los brazos por encima de la cabeza para intentar cogerla, la pelota cayó al agua. El estanque era demasiado profundo para que entrara a cogerla. La princesa temía que, si se metía en el agua, no supiera salir.
Se asomó al borde del estanque y vio su preciosa pelota centellear mientras se hundía más y más. No podía hacer otra cosa que sentarse en la orilla, contemplar el agua y llorar la pérdida de su juguete preferido.
-¿Qué voy a hacer sin mi preciosa pelota dorada? -se lamentó-. ¡Que alguien me ayude, por favor!
La princesa lloró durante un buen rato, hasta que oyó una voz que le decía:
-¿Qué os ocurre, princesa?
La princesa miró hacia el estanque y vio a una rana sentada sobre una hoja de nenúfar.
-¿Desde cuando hablan las ranas? -se preguntó.
Cuando volvió a mirarla, la rana abrió la boca y dijo:
-Princesa, decidme, ¿por qué lloráis?. Si me decís que os aflige, tal vez pueda ayudaros.
La princesa nunca había visto una rana parlante, pero ocultó su sorpresa y contestó a la pequeña rana verde:
-Lloro porque mi pelota dorada ha caído en el estanque -explicó.
-Secad vuestras lágrimas, hermosa princesa -dijo la rana-, pues yo os devolveré vuestra pelota. Aunque primero debéis decirme qué me daréis en recompensa.
-Cualquier cosa que desees -contestó la princesa.
-Jurad que seréis mi amiga, y que me recibiréis en vuestro hogar y me dejaréis comer de vuestro plato. Jurad que nunca olvidaréis nuestra amistad -dijo la rana.
La princesa pensó: "Haría cualquier cosa con tal de recuperar mi preciosa pelota dorada, ¡pero no quiero comer con una fea rana verde, ni mucho menos ser su amiga! Seguro que este bicho olvida mi promesa en cuanto me devuelva mi pelota dorada."
-Oh, si, querida rana. Acepto lo que propones -mintió la princesa-. Seremos buenos amigos.
La rana se puso loca de contenta. Se zambulló en el agua y buscó la pelota. Estaba enterrada en el lodo, por lo que tuvo que emplearse a fondo para sacarla. Cuando al fin logró liberar la pelota, se impulsó con sus largas patas y nadó hasta la superficie.
-Aquí tenéis vuestra pelota princesa, -anunció la rana-, y dejó caer la esfera dorada a los pies de la joven.
Tan pronto como la rana soltó la pelota, la princesa la cogió y echó a correr como alma que lleva el diablo.
La pobre rana no podía seguir el ritmo.
-¡Esperad, princesa! -gritó-. ¿Qué pasa con vuestra promesa? Volved.
Aquella noche la familia real disfrutaba de su cena cuando alguien gritó:
-¡Joven princesa, dejadme entrar!
La princesa se puso muy pálida.
"¡Oh, no! ¡Esa dichosa rana no ha olvidado mi promesa!", pensó. Se excusó y fue a abrir la puerta.


La rana miró a su alrededor y dijo:
-Vaya, qué casa tan hermosa tenéis. Creo que me gustará vivir aquí -y luego olfateando el aire añadió-: Juraría que huelo a puré de patatas y a guisantes...¡dos de mis platos preferidos!
Siguiendo el delicioso aroma, la rana se adentró en el comedor, donde la familia real se había reunido en torno a la mesa.La rana saltó a la mesa, fue brincando hasta el plato de la princesa e inspeccionó la comida que en él había. Luego saltó hasta la otra punta de la mesa para examinar la comida que había en el plato del rey.
Atónito, el rey preguntó:
-¿Hija mía, quieres explicarme qué hace una rana en mi mesa?
La princesa explicó la promesa que había hecho a la rana a cambio de que sacara su pelota dorada del estanque.
El sabio rey comprendió que la princesa no quería cumplir su promesa pero la miró fijamente y le dijo:
-Hija mía, lo prometido es deuda. Te guste o no deberás cumplir la promesa que hiciste a la rana. Le ofrecerás tu amistad y le invitarás a comer de tu plato.
Desolada, la princesa se volvió hacia la rana y dijo:
- Considérame tu amiga. mi cena es tu cena.
- ¡Fantástico! -exclamó la rana mientras engullía toda la comida que había en el plato de la joven-. Los guisantes y el puré de patatas están insuperables, pero empiezo a tener mucha sed. Princesa, ¿me servís un poco más de agua? - dijo la rana entre bocado y bocado.
La princesa pensó muy indignada: "¡Esta rana grosera se ha comido todo lo que había en mi plato y ahora pretende que le sirva! ¡Esto no hay quien lo aguante!"
 
Pero entonces la princesa recordó su juramento. Se levantó, llenó un vaso con agua fresca y se lo dio a la rana.
-Gracias - dijo la rana-. Ahora me gustaría tomar algo de postre. ¿Os importaría servirme un poco de esa deliciosa tarta?
La princesa empezaba a estar harta de la rana y en un acceso de mal genio golpeó la mesa con el puño. La mesa se estremeció y la rana perdió el equilibrio y se cayo al suelo.
La princesa y el rey se agacharon para ver qué le había pasado, pero no hallaron ni rastro de ella, aunque... ¡en su lugar había un apuesto príncipe!
-¿Qué está pasando aquí? -preguntó la princesa furiosa.
-Querida princesa- explicó el joven-, lamento haberos causado tantas molestias. Una malvada bruja me había convertido en una rana, y para poder recuperar mi forma humana debía lograr que una princesa se enfadara conmigo.
Entonces aparecisteis vos con vuestra pelota dorada, y pensé que era mi gran oportunidad de romper el hechizo.
-¡Pobrecito! -se compadeció la princesa-.
-¡Un joven tan atractivo, condenado a vivir en la piel de una fea y solitaria rana!
-Afortunadamente -prosiguió el príncipe-, vuestra ira me ha transformado de nuevo en príncipe. ¡Si no fuera por vos, seguiría saltando de hoja en hoja! ¡Me habéis salvado la vida, princesa!
En aquel breve instante, la princesa y el príncipe se enamoraron para siempre. Ella perdonó al príncipe por haberle mentido y haberle hecho enfadar, pues se quedó prendada de su voz sincera y sus dulces palabras.


El príncipe pidió a la princesa que se casara con él, y ella aceptó encantada. El día de la boda el sol relucía y los pájaros cantaban en los jardines reales, entre los rosales en flor primorosamente podados.
Después de que el príncipe y la princesa se juraran amor eterno, el rey se unió a la feliz pareja y saludó a la inmensa multitud.
-Hija mía, ¿no te alegras de haber mantenido tu promesa? Si no hubieras invitado a la rana a comer de tu plato, no estaríamos celebrando este momento de felicidad -dijo el rey, muy orgulloso.
Adaptación de Anne H. Foley. Fragmento.





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